Elegia a la Dra. Ana Judith Román García
No me atrevo a decir que siempre, pero de vez en vez, las escuelas de medicina engendran médicos que trascienden el tiempo, que graban su nombre en los muros invisibles de la historia. Son figuras que, como árboles inmortales, extienden raíces profundas y hojas que acarician el cielo. Tal es el caso de la doctora Ana Judith Román García, cuyo espíritu ahora danza en el aire, inmortal en los pasillos del saber. Nacida en Río Piedras en 1930, la pequeña Ana Judith miraba al mundo con ojos curiosos, y quizá fue el sonido seco del reloj detenido en el pecho de su padre lo que despertó en ella el anhelo de entender la fragilidad y la fuerza del cuerpo humano. Aquella niña, que jugaba bajo los flamboyanes, se transformó en una mujer que cruzaría océanos para buscar respuestas en la Universidad de Montpellier, donde se doctoró en medicina en 1955. De regreso a su tierra natal, Ana Judith no solo trajo consigo conocimientos, sino un fuego interno que ilumi...