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        El hiato entre dos trapecios Humberto Lugo-Vicente MD*         Desde niño, mi abuela me llevaba al circo. Tenía cinco. Los trapecistas del circo comían de la fiambrera de abuela en su casa. A cambio me regalaban entrada gratis al primer asiento de las gradas.   Yo los miraba con admiración.   Cada movimiento era preciso. Mecerse en el aire, entre dos trapecios, es una aventura única. Mas cuando en aquel entonces no tenían malla para protegerse de una caída. En ocasiones me saludaban directamente, fijo al ojo, lo cual me abochornaba frente a otros comensales. Debería ser que les gustaba la cocina de abuela. La pasaban bien con ella aun cuando ella les hablaba en español, y ellos le respondían en inglés. Nada como unos buenos jueyes hervidos para los musculosos. Siempre me separaba una palanca con la carne semi-sacada.   Recientemente leyendo la lírica de una ...