Una persona sin brazos no puede aplaudir

 


Este hecho ilustra perfectamente el dilema entre el mérito y la diversidad, equidad e inclusión (DEI) en la sociedad contemporánea. Si solo valoramos la capacidad de aplaudir como criterio de reconocimiento, estamos ignorando que no todas las personas parten de la misma línea de salida en la carrera por las oportunidades. Esta es la esencia del debate sobre si el mérito debe ir por encima de DEI.

Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI) es un marco que busca crear sociedades y entornos laborales donde todas las personas, sin importar su origen, género, discapacidad, raza u otras diferencias, tengan las mismas oportunidades de participar y prosperar. La diversidad celebra las diferencias, la equidad garantiza que todos tengan acceso a los mismos recursos y la inclusión se asegura de que nadie quede excluido de las decisiones importantes.

Estos principios no son simples actos de corrección política, sino estrategias fundamentales para generar innovación, productividad y justicia social. Un entorno diverso e inclusivo permite aprovechar el talento de todos, mientras que la equidad corrige desigualdades históricas que han limitado el acceso de ciertos grupos a la educación, el empleo y el liderazgo.

En los últimos tiempos, ha surgido una corriente de pensamiento que propone que el mérito debe estar por encima de DEI. Esta visión sostiene que las oportunidades deben ser otorgadas exclusivamente en función del rendimiento, las competencias y la productividad, sin considerar factores externos como la raza, el género o el contexto socioeconómico. A primera vista, esta postura parece justa: se premia a quienes demuestran mayor capacidad, sin importar su origen.

Sin embargo, el problema radica en que el "mérito" rara vez es un concepto neutral. En una sociedad donde no todos han tenido acceso a la misma educación, redes de contactos o recursos, medir el talento sin considerar el punto de partida es una forma disfrazada de perpetuar desigualdades. Un estudiante que ha superado barreras socioeconómicas para graduarse con buenas calificaciones no debería ser comparado en igualdad de condiciones con otro que tuvo acceso a los mejores colegios y tutores privados. Si solo valoramos el resultado sin analizar las condiciones que llevaron a él, estamos favoreciendo a quienes ya tenían ventajas desde el inicio.

Colocar el mérito por encima de DEI no solo limita el acceso a oportunidades para ciertos grupos, sino que también empobrece la sociedad en su conjunto. La diversidad en los espacios de trabajo y en la educación fomenta la creatividad, la innovación y la resolución de problemas desde distintas perspectivas. Sin políticas de equidad, las brechas se ensanchan y las mismas elites de siempre continúan dominando el acceso a posiciones de poder y prestigio.

Es fundamental encontrar un equilibrio. No se trata de premiar a alguien solo por su identidad, sino de reconocer que el "mérito" debe evaluarse en su contexto. Si queremos una sociedad realmente equitativa, el esfuerzo y el talento deben ser valorados, pero también se debe garantizar que todas las personas tengan la oportunidad de demostrar su potencial.

Porque al final, una persona sin brazos no puede aplaudir, pero si le damos una plataforma y un espacio donde su talento pueda brillar, su impacto en el mundo puede ser mucho mayor que el simple sonido de un aplauso.

 


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