Navidad Inclusiva y Diversa
Cada jueves de mi infancia era especial, ya que mi papá nos llevaba al cine en familia. Mi mamá siempre nos preparaba lonjas de naranjas para chupar mientras disfrutábamos de la función. Los teatros, conocidos como meaitos, carecían de servicios sanitarios y a veces emanaba un peculiar aroma a orina. Eran el lugar donde nos sumergíamos en el mágico mundo del séptimo arte desde las siete de la noche. El olor a palomitas de maíz neutralizaba en parte el hedor, permitiéndonos sumergirnos en las historias que se desarrollaban en la pantalla.
Recuerdo con especial cariño las noches dedicadas a películas de vampiros, hombres lobos y, por supuesto, la icónica criatura de Frankenstein. En aquellos días, actores como Boris Karloff y Bella Lugosi encarnaban magistralmente a criaturas de la noche que acechaban y se alimentaban de sangre. La historia de Frankenstein siempre me intrigaba, despertando en mi subconsciente la posibilidad aberrante de la inmortalidad humana.
La trama giraba en torno a un doctor desquiciado que, en su búsqueda de la inmortalidad, exhumaba un cadáver y le aplicaba electricidad como si fuera una batería Tesla. Sin embargo, el problema surgía cuando la electricidad no alcanzaba el centro de control, el cerebro, y la criatura revivida se comportaba como un ser minusválido con la edad de dos años cronológicos. Las descargas eléctricas no restauraban la memoria ni el movimiento de manera perfecta, dejando a un ser que caminaba torpemente y no podía realizar tareas básicas de pensamiento.
Este relato de ficción, aunque impactante, refleja una realidad que persiste en nuestra sociedad actual. Los niños que nacen con deformidades, discapacidades mentales o físicas son a menudo rechazados y marginados, simbólicamente perseguidos por aquellos que se consideran "normales". La historia de Frankenstein, aunque ficticia, nos invita a reflexionar sobre la exclusión social de quienes son diferentes.
Posteriormente, surgieron versiones cómicas de la criatura de Frankenstein bajo la dirección de Mel Brooks, abordando de manera humorística el problema de la retardación mental en la resucitación de los cuerpos muertos. A pesar de estos enfoques humorísticos, la sociedad sigue rechazando a quienes considera "anormales". La realidad que vivimos aún refleja la discriminación hacia aquellos que nacen con diferencias, y los niños con deformidades son apartados del resto, enfrentándose a una mirada despectiva por parte de los que se consideran "normales".
En este contexto, surge la necesidad de integrar a los "Frankensteins" de la sociedad con los niños considerados normales. La Navidad, época de amor y solidaridad, nos brinda la oportunidad perfecta para fomentar la empatía social y crear una simbiosis entre criaturas "normales" y "anormales". Al unir estas dos realidades, cada uno puede beneficiarse mutuamente.
La inclusión no solo implica aceptar la diversidad, sino también comprender y valorar las contribuciones únicas que cada individuo aporta a la sociedad. Integrar a los niños con diferencias en entornos educativos y sociales comunes no solo enriquece sus vidas, sino que también enriquece las vidas de aquellos considerados "normales". La diversidad no es una barrera, sino un regalo que nos permite aprender, crecer y construir una sociedad más comprensiva.
En esta Navidad, propongo dejemos atrás los prejuicios y abramos nuestros corazones a la inclusión. Fomentemos un ambiente donde cada niño, independientemente de sus diferencias, pueda experimentar la alegría de la Navidad y sentirse parte integral de nuestra sociedad. Al hacerlo, estaremos construyendo un futuro más inclusivo y compasivo para todos. La verdadera magia de la Navidad radica en la capacidad de unir a las personas, independientemente de sus diferencias, y crear un mundo donde todos puedan vivir en armonía.
Feliz Navidad a todos.
*El autor, Humberto Lugo-Vicente, es cirujano pediátrico y catedrático del RCM. Tel (787) 340-1868.
--titolugommxxiii
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