Et tu brute?
César, victorioso en las Galias, regresó a Roma, un héroe que cosechó enemigos como quien siembra vientos. Su fuerza con el pueblo, su manto de líder y emperador, despertaban la ira y el temor en corazones que ansiaban su caída. El Senado, señor de Roma en su ausencia, un triunvirato de sombras impuso su ley con puño de hierro y mirada de hielo, tejiendo una red de corrupción, un tapiz oscuro que cubría la ciudad eterna.
Augusto César, heredero de un legado de cenizas, tomó las riendas del caos. Con paciencia de artesano, deshizo el nudo del Senado, retirando hilo a hilo su influencia, hasta coronarse emperador de vastos dominios, un imperio renacido de sus propias cenizas.
Crio a Brutus, su hijo adoptivo, en los senderos del poder, elevándolo de pretor a senador. Como maestro y mentor, le enseñó el arte de gobernar, pero en la enseñanza, se siembra a veces la semilla de la traición. El aprendiz, con la lección bien aprendida, ansiaba el poder absoluto, un eco del maestro en su ambición desmedida.
Los idus de marzo se acercaban, y con ellos, la sombra de la traición. La pitonisa había advertido a César, pero el destino es un río cuyo curso no se puede cambiar. El Senado conspiraba, sus manos manchadas de ambición, preparando el golpe final.
Llegó el día fatídico, y en la sala de audiencias, doce hombres ejecutaron su plan macabro. Puñalada tras puñalada, desgarraron el manto imperial, hasta que Brutus, su hijo, el último en traicionar, asestó el golpe final. "Et tu, Brute?", las palabras resonaron, un lamento de padre a hijo, un adiós a un sueño traicionado.
Es el temor ancestral, el maestro ante el discípulo ascendente, la paranoia académica de ser reemplazado, superado. La corrupción, ese germen en nuestra sociedad, fue la que llevó al asesinato de César. Y Brutus, sediento de poder, probó el amargo néctar de su propia ambición.
--titolugo@mmxxiv
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