En el día del veterano de Vietnam…
En aquella calle Atlas, arteria vital de la urbanización Summit Hills, crisol de centenares de almas en ciernes, habitaba un joven, Junior, un tanto más adulto que el resto de nosotros, un espíritu emprendedor. Este joven, de costumbres irreprochables y cabellera meticulosamente recortada, se entregaba con pasión a la defensa de la naturaleza y a la protección de los más vulnerables y frágiles, seres como nosotros. Aunque la brecha generacional nos separaba, su presencia era una constante vigilante y protectora.
La vida de Junior, un día, tomó un giro drástico. Convocado por los designios del ejército, fue enviado a los densos y hostiles parajes de Vietnam, en una época en que muchos de nosotros aún no ostentábamos señales de pubertad. El abrupto traslado de Junior a esas selvas infestadas de conflictos marcó un choque brutal con la realidad; allí luchaba, perdido en un laberinto de verdor y violencia, contra enemigos desconocidos, movido por ideales que escapaban a su comprensión.
Durante tres años, Junior combatía en Vietnam, no como un guerrero motivado por ideales, sino como un tigre en desesperada búsqueda de alimento. Al retornar a nuestra isla, aquel joven que conocíamos ya no existía. Regresó transformado: su cabello, antes corto, ahora fluía libremente en una melena salvaje; sus hábitos, antes puros, ahora estaban mancillados por las prácticas de aquellos con los que había luchado. La yerba, antes nunca tocada, se convirtió en su refugio. Junior, prematuramente envejecido por la guerra, volvía como un veterano de un conflicto sin sentido, dirigido por líderes que jamás habían empuñado un arma.
Este amigo mayor, este protector nuestro, se sumió poco a poco en la locura, creyéndose aún en las trincheras, luchando contra enemigos invisibles. Junior, que una vez nos defendió, terminó perdiendo su cordura en un lugar donde la única razón para matar era la supervivencia.
Hoy, en la conmemoración de su día, comprendo, con un corazón cargado de tristeza y desolación, que la guerra deshumaniza, infunde temor y transforma irrevocablemente a aquellos soldados que, inmersos en el combate, no lograron entender el sentido de su lucha.
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