Intromisión indebida en el sistema de salud

 


Si bien no es inmediatamente perceptible a simple vista, el reciente colapso financiero de instituciones hospitalarias, con su consecuente cierre y la cesantía de empleados, no es más que un indicio aleatorio y no menos preocupante de que el sistema de salud en la isla está cayendo en una profunda descomposición. Algunos podrían argumentar que con menos hospitales, pero con un sistema de comunicación más eficiente y una mejora en la remuneración de los servicios médicos y paramédicos, las cosas podrían mejorar; sin embargo, permítanme adoptar una postura menos optimista y confesar que albergo serias dudas al respecto.

Uno de los aspectos más inquietantes de este deterioro tiene que ver con las compañías de seguros, esas entidades omnipotentes que financian la operación sanitaria y que han ido llevando, poco a poco, a una debacle en la calidad de los servicios ofrecidos. Hablo aquí de una intromisión médica, término que describe una invasión o interferencia indebida en el manejo directo del paciente enfermo. Para ilustrar, permitidme narrar el caso de un paciente con cáncer de recto avanzado, cuya situación clama al cielo por justicia y comprensión: este paciente requería una terapia innovadora, notablemente costosa, como suele ocurrir con los tratamientos de vanguardia. El plan médico, sin embargo, se niega a autorizar dicho tratamiento a través de terceros que no son oncólogos especializados en cáncer de recto. El oncólogo a cargo del paciente, habiendo presentado toda la documentación necesaria, se encuentra con que un médico generalista del plan revisa y deniega la solicitud. El desenlace es tan trágico como predecible: el paciente fallece, víctima de su enfermedad avanzada. Este incidente no es sino un ejemplo palpable de la intromisión indebida por parte de la aseguradora.

Actualmente, existen cientos de demandas ganadas en los tribunales que involucran sumas multimillonarias derivadas de casos similares. Se han realizado incluso películas y documentales que abordan este tema, reflejando la tensión casi invisible entre quienes intentan manejar un caso clínico y se ven impedidos por las restricciones impuestas por las aseguradoras. Esto nos lleva a una reflexión inevitable y dolorosa: la vida tiene un precio, pero también lo tienen los errores de juicio por parte de las aseguradoras al no proporcionar el tratamiento adecuado.

En este laberinto de desesperanza, donde las entidades aseguradoras actúan con una impunidad casi dictatorial, surge la pregunta sobre el verdadero valor de la vida humana y la ética de quienes se sitúan como jueces de esta, sin poseer, en muchos casos, la experiencia o la proximidad emocional con el sufrimiento y las esperanzas de los pacientes y sus familias. ¿Acaso no es el tiempo ya maduro para una reforma profunda que devuelva la dignidad y el control a los verdaderos protagonistas de esta odisea médica: los pacientes y sus médicos?

Tales cuestionamientos y luchas internas no solo configuran el presente inmediato de nuestro sistema de salud, sino que también tejen el intrincado tapiz de nuestro tejido social y moral, desafiando a cada paso nuestra comprensión de la justicia, la ética y la responsabilidad humana en la gestión de la vida y la muerte.

*El autor es cirujano pediátrico, escritor y catedrático del RCM. Tel (787) 340-1868.


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