La Rebelión Silenciosa de un Pueblo Desencantado
Nací en un momento en que el Estado Libre Asociado daba sus primeros pasos, una criatura ambigua, un experimento apenas comprendido. Mi madre era popular, mi padre, un fervoroso independentista —aunque sospecho que también llevaba algo de melón en su sangre. Aprendí a votar al cumplir dieciocho, y desde entonces he pasado de un partido a otro, guiado por los cambios implacables de la historia, del rojo al azul, y finalmente al verde, cada cambio cargado de las promesas rotas de quienes ya habían gobernado. Ahora, con más de medio siglo participando en este ritual cívico, puedo atestiguar el surgimiento de un movimiento, una revuelta sutil pero firme, iniciada en las últimas elecciones. Su avance es implacable, una espiral logarítmica, una desconfianza creciente que se enrosca en la consciencia del pueblo.
Este movimiento es una respuesta, una antítesis inevitable a los vicios perpetuos de dos colosos que han dominado el teatro del poder. Es una sublevación contra la mentira disfrazada de discurso político, contra la corrupción que fluye como veneno silencioso en las venas del sistema, contra una meritocracia invertida que premia a los peores. Los partidos que hoy gobiernan han tejido su red de engaños como lo hacía antaño la mafia, con una precisión meticulosa que degrada hasta lo más fundamental de la moral pública.
En esta tierra, la juventud comienza a despertar, a levantar la voz, a rechazar las fórmulas de siempre, esas que han infectado la esfera pública. Tal vez hemos vivido demasiado tiempo de los subsidios federales —en salud, en vivienda, en educación—, pero ahora palpamos que el suelo que pisamos se vuelve cada vez más frágil. Las familias han cambiado; ahora son dos humanos y algunas mascotas, mientras los niños se vuelven una rareza, preludio de una escasez de manos en el futuro. Nos enfrentamos a un envejecimiento implacable, un futuro en que la supervivencia dependerá más de un “mantengo” perpetuo que del trabajo.
El americano nos observa, y en su pragmatismo concluye que somos una carga, un estado potencial tan pobre que requeriría un caudal inmenso de recursos. No estamos preparados para anexarnos, y no es que nos falte voluntad; es que nos ahoga la corrupción y la desgana. En medio de todo esto, una lucha se torna urgente, una necesidad de arrancar de raíz la mentira, la trampa, la corrupción de los que administran el poder.
¿Qué sentido tiene continuar en esta trayectoria, cayendo cada vez más profundo en el abismo? Ya nos han impuesto una junta fiscal porque hemos demostrado ser maestros en malgastar lo que se nos da. Las cárceles se llenan de políticos que en su día fueron representantes del pueblo, hasta el punto de que hasta el preso tiene más poder de elección que el ciudadano libre.
Vivimos en un país donde apenas se lee, y donde el escritor, famélico, desfallece en un rincón. El pueblo muere de vergüenza y de ignorancia. La eliminación de la UPR nos despoja de un lugar donde habita el saber, un refugio que, aunque imperfecto, nos impedía caer en la mediocridad. Nos hacen brutos, nos encierran en la oscuridad, y así, el país se convierte en una masa maleable, una sombra que obedece sin preguntas.
*El autor es cirujano pediátrico y escritor.
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