El Trineo de las Ilusiones
En un rincón del tiempo donde los días se bañan en luces titilantes, la Navidad aparece como un espejismo que promete paz y reflexión. Sin embargo, en su seno, el niño rey, símbolo del amor puro, yace casi olvidado bajo la algarabía estridente de un desfile de máscaras y apariencias.
El monitor de la vida palpita con un ritmo frenético, un compás incontrolable que nos arrastra hacia un abismo donde somos prisioneros de la lujuria disfrazada de tradición. En los carteles luminosos, no vemos almas que buscan consuelo, sino cuerpos que se sacuden al son de canciones huecas. Brincan en un intento desesperado de aferrarse a una felicidad que no llena, a un júbilo que se disuelve con la resaca del día siguiente.
Queremos ser los que más ríen, los que más cantan, los que más beben, los que mejor aparentan disfrutar. Queremos tanto, que olvidamos lo esencial: sentir. Seguido de: amar.
"Que bien la pasamos", repetimos, como si ese mantra pudiera llenar los vacíos que dejamos al correr tras sombras. Y mientras el mundo se derrumba frente a nuestros ojos, seguimos en la fiesta, levantando nuestras copas al cielo como si brindáramos por un final que se siente inevitable. “El más que pariseó”, escribirán en el epitafio de nuestra época, recordando un legado de fugacidad y distracción.
La mentira se ha tejido en la trama de nuestra celebración. Mentiras piadosas que vestimos con moños brillantes para dárselas a los que creemos necesitarlas. Una sonrisa falsa aquí, un abrazo vacío allá. Mientras tanto, el espíritu verdadero de la Navidad se desliza por los aires, ligero y olvidado, montado en el trineo de un Santa Claus que solo aparece para desaparecer, dejando tras de sí un rastro de promesas incumplidas y trampas para seguir trabajando.
Dicen que cada diciembre es un nuevo comienzo, pero la realidad es reemplazada, una vez más, por la mentira de una época que se tambalea en su decadencia moral. ¿Dónde quedó la promesa de luz y redención? ¿Dónde quedó el eco del mensaje de esperanza que alguna vez inspiró este tiempo?
Tal vez aún no sea tarde. Tal vez, entre el ruido y las luces, podamos cerrar los ojos y escuchar, aunque sea por un instante, el susurro de lo que alguna vez significó la Navidad. Un llamado a recordar que lo importante no está en cómo se ve, sino en cómo se siente.
En un niño que nace se encuentra el eco de una promesa eterna, un recordatorio sutil pero poderoso de que, incluso en la penumbra más profunda, siempre existe un espacio donde la luz puede colarse. Es un llamado a redescubrir lo esencial, a entender que la verdadera grandeza no reside en las luces artificiales que nos rodean, sino en esa chispa interna que puede iluminar el camino, incluso en los momentos más oscuros. Es una invitación a detenernos, a mirar más allá del ruido y las sombras, y a abrazar la esperanza que, como ese niño, renace cada vez que dejamos que el amor y la compasión guíen nuestros pasos.
Te deseo una feliz navidad con Paz...
*El autor es escritor y cirujano pediátrico.
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