Elegia a la Dra. Ana Judith Román García

  

No me atrevo a decir que siempre, pero de vez en vez, las escuelas de medicina engendran médicos que trascienden el tiempo, que graban su nombre en los muros invisibles de la historia. Son figuras que, como árboles inmortales, extienden raíces profundas y hojas que acarician el cielo. Tal es el caso de la doctora Ana Judith Román García, cuyo espíritu ahora danza en el aire, inmortal en los pasillos del saber.

Nacida en Río Piedras en 1930, la pequeña Ana Judith miraba al mundo con ojos curiosos, y quizá fue el sonido seco del reloj detenido en el pecho de su padre lo que despertó en ella el anhelo de entender la fragilidad y la fuerza del cuerpo humano. Aquella niña, que jugaba bajo los flamboyanes, se transformó en una mujer que cruzaría océanos para buscar respuestas en la Universidad de Montpellier, donde se doctoró en medicina en 1955.

De regreso a su tierra natal, Ana Judith no solo trajo consigo conocimientos, sino un fuego interno que iluminó el camino de generaciones. En hospitales y aulas, su figura era como una brújula para estudiantes y colegas. Allí estaba ella, pionera de la neurología, tejiendo redes de aprendizaje y fundando el primer Laboratorio de Encefalografía del Centro Médico de Puerto Rico. Bajo su guía, el silencio del cerebro reveló secretos, y las ondas eléctricas de la mente se transformaron en palabras que salvaban vidas.

Una ilustre puertorriqueña con rasgos negros.

Pero Ana Judith no se limitó a ser una científica. Su labor no tenía fronteras. Fue una sanadora de cuerpos y almas, una arquitecta de esperanza para quienes enfrentaban la incertidumbre del Parkinson y la epilepsia. Fundadora de asociaciones que aún respiran su espíritu, dejó un legado tejido con hilos de compasión y excelencia.

Recibió premios y honores, sí, pero no son estos los que definirán su inmortalidad. Será la memoria viva de sus pacientes, la admiración de sus estudiantes y las vidas transformadas por su mano sabia las que perpetuarán su esencia.

Hoy, mientras su nombre resuena en estas palabras, recuerdo bien a la doctora Ana Judith caminando entre los pasillos de centro médico y el recinto, en un jardín eterno donde la ciencia y el amor se encuentran. Allí, cada hoja susurra sus logros, cada flor exhala gratitud, y el tiempo mismo parece detenerse para rendirle homenaje.

Que su vida sea ejemplo, que su legado sea faro, y que su historia, como un río sin fin, siga fluyendo en el corazón de la medicina puertorriqueña.

*El autor es cirujano pediátrico y escritor. (787) 340-1868.

--titolugo©2024

...Gracias por cuidar de Papatru...(personaje real de PROVIDENCIA... https://www.amazon.com/dp/B0DFXX2J5D)

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