Con uno basta…
Con uno basta…
Tito Lugo MD*
En la penumbra de la caseta de votación, me vi obligado a abandonar momentáneamente el recinto. El marcador que me entregaron era burdo, tan grueso que las líneas se desbordaban del diminuto recuadro destinado a un nombre. Necesitaba algo más delicado, más preciso, para que mi voluntad quedara clara, para que no se convirtiera en un trazo perdido entre las sombras de la burocracia. "No tenemos otro", me dijeron los encargados, con la indiferencia de quienes vigilan un proceso ya contaminado por intereses. Fue entonces que una mujer, mayor que yo, emergió de la multitud. "Tengo uno fino", ofreció, con una generosidad inesperada.
Regresé a la caseta con el marcador en mano, reflexionando sobre la ironía de aquellos espacios diminutos en la papeleta, diseñados para sofocar las voluntades que intentaban inscribirse allí. Pero yo estaba decidido. Ese voto, ese nombre que escribiría, era para uno. Uno que había luchado contra las mareas de la indiferencia y la codicia: Eliezer Molina. No era un voto más; era un grito, un rayo de resistencia en medio de una tormenta de mega estructuras y playas privatizadas. La letra E, trazada con fuerza, marcó el inicio. El resto del nombre, delicado, casi etéreo, se deslizó con la precisión del nuevo marcador. Creí, con un cinismo aprendido, que ese voto se perdería, que no sería más que otro esfuerzo ahogado en la marea.
Pero no se perdió. Contra todo pronóstico, ese voto se multiplicó, resonando en el eco de casi cien mil voluntades. Incluso los trazos inseguros de los que no sabían escribir, las garabatos torpes que contenían apenas una E y una M, contribuyeron a una victoria improbable. Eliezer Molina se alzó como el primer senador del pueblo, fuera de los engranajes corruptos y nepotistas partidistas. Un ingeniero civil, un hombre del medio ambiente, alguien que entendía lo que era custodiar un santuario natural.
Siempre he sido un hombre del mar. He vivido de cara al Atlántico, incluso cuando los fines de semana de mi juventud los pasaba bajo el sol del Alambique, limpiando tras cada jornada, respetando lo que las olas ya purificaban por sí solas. Siempre he venerado y limpiado mi playa.
Ver a alguien como Eliezer defender aquello que yo también amo era un acto de esperanza. Pero el sistema no lo aceptó de inmediato. Lo trataron como a un intruso, negándole el acceso al hemiciclo por minucias administrativas. Fue un espectáculo humillante, una vergüenza que reveló la podredumbre del poder. Sin embargo, él persistió.
Finalmente, trajeado, pulcro y digno, juramentó con su familia. Desde su entrada al Senado, Eliezer no ha hecho concesiones. Denunció ilegalidades con pruebas en mano, enfrentando la estructura corrupta que intenta redefinir las costas para su explotación. Ha desafiado el nepotismo descarado y ha llevado su voz hasta los federales, como un pequeño gigante que no teme al ruido de los truenos.
No me arrepiento de mi voto. En más de cincuenta años participando en elecciones, he encontrado en Eliezer Molina la encarnación de lo que este país necesita. Uno como él basta para plantar cara al poder y resistir. Desde mi lugar como profesional y escritor, aportaré palabras y acciones para proteger nuestro único santuario: nuestras playas, nuestras costas, nuestro futuro.
Porque, como escribió alguien una vez, los verdaderos cambios no necesitan multitudes. A veces, con uno basta.
Eliezer, no estás solo. Estoy contigo.
Tus pasos resuenan en la arena que intentan arrebatar, y no caminas solo. Somos muchos los que seguimos tu huella, los que compartimos tu lucha por preservar lo que es de todos. Tu voz, firme y decidida, es el eco de miles que claman por justicia, por respeto a la tierra que nos da vida.
Estamos contigo, en cada ola que rompe, en cada árbol que resiste, en cada rincón que se niega a ser conquistado. No estás solo, porque tu causa es nuestra causa, y juntos somos el mar que no podrán contener.
*El autor es cirujano pediátrico y escritor orgulloso de su patrimonio y santuario natural.
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