El Espectáculo de la Política


 

Leí con una mezcla de asombro y resignación las palabras vertidas en el fragor digital, como si la tinta virtual se deslizara sin freno, sin medida, sin conciencia de su peso. 

El presidente del Senado, figura que debiera encarnar la solemnidad de su investidura, se ha entregado a un duelo de improperios con un periodista de la televisión, no un debate de ideas, no un cruce de argumentos, sino una riña de callejón donde el lenguaje se degrada y el decoro se convierte en una pieza de museo, algo a lo que se mira con nostalgia pero que nadie se atreve a restaurar.

¿Cómo es posible que un hombre que preside un cuerpo legislativo, que es llamado honorable en los pasillos donde se deciden los destinos del país, adopte la vulgaridad como su escudo, la agresión como su lenguaje? 

No es que la sorpresa me embargue, hace tiempo que la política dejó de ser el arte de gobernar para convertirse en un espectáculo de sombras, donde las palabras son proyectiles y no puentes, donde el adversario es enemigo y no contraparte. 

Se pregunta uno si se trata de un desliz momentáneo, una exasperación súbita de quien siente la presión de ver desmoronarse su castillo de privilegios, o si acaso es la revelación desnuda de lo que siempre fue, de lo que su partido ha cultivado con esmero: la arrogancia de los que, sabiendo que el poder no les llegó por elección directa sino por la tramposa ecuación de acumulación, se sienten impunes para ofender, maldecir, descalificar.

El periodista, por su parte, se alimenta de la noticia, la busca, la moldea, la reescribe hasta que se vuelve un espectáculo, un drama público donde la verdad es un ingrediente más, no el único, ni siquiera el principal. 

Vive porque hay quienes le creen, porque la información, esa materia prima frágil y maleable, se convierte en la mercancía más vendida, no por su veracidad, sino por su capacidad de generar furor, indignación, reacciones. 

Pero no es el periodista quien ocupa un escaño en el Senado, no es él quien debe rendir cuentas ante la historia, es el presidente de ese cuerpo legislativo quien debe, al menos, cuidar la forma, si no puede cuidar el fondo.

Nada de esto debería sorprenderme. 

Que la Oficina de Ética Gubernamental, tan diligente en exigir credenciales, en repartir seminarios sobre conducta pública, no haya dicho una palabra al respecto, es apenas una nota al pie en este relato de desencanto. 

A la ética la citan cuando conviene, la ignoran cuando molesta, y en este caso, parece que nadie se ha molestado en invocarla.

La verdadera tragedia no es el insulto lanzado, ni la diatriba enardecida, ni siquiera la falta de decoro que todo esto exhibe. 

La verdadera tragedia es que quienes votaron, con mano confiada, con ilusión o con resignación, ni siquiera se dieron cuenta de que lo estaban reeligiendo, que su firma sobre la papeleta fue la confirmación de un sistema que perpetúa el poder sin responsabilidad.

En un pueblo bruto, el menos bruto es quien lo gobierna, y en un país donde la política ha devenido en circo, los domadores se convierten en los dueños del espectáculo.

 


Comentarios

  1. LO DIJISTES CLARAMENTE, SE LE ESTÁ DESMORONANDO SU CASTILLO DE PRIVILEGIO OBTENIDOS A TRAVÉS DE LA CORRUPCIÓN Y EL CHANTAJE.

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  2. Lamentable espectáculo, igual al de agosto de 2023 en el que un grupo de profesores (ex gerentes académicos-administrativos, incluyendo exRectores interinos) lanzó vituperios y faltas de respeto públicamente y reseñado en la prensa, contra una compañera universitaria (de toda una vida en el RCM) que fungía cómo Rectora en propiedad por segunda vez. Totalmente inaudito.

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