EN EL DIA DE LAS MADRES...
En el día de las madres, cuando el recuerdo se mezcla con la gratitud y la nostalgia, evocamos a Gladys, esa figura materna cuya ausencia desde 1998 no ha disminuido en lo más mínimo su presencia en nuestras vidas. Gladys no fue solo madre de Travos, Pirulo y Simpronio, sino hija única de Providencia y esposa de Marcelino; fue el eje invisible que sostuvo la estructura de una familia marcada por la lucha, el amor y la ternura cotidiana.
Gladys heredó de su madre, Providencia, una fuerza silenciosa, casi mítica, que convertía lo ordinario en extraordinario. En palabras que resonaron desde los relatos de su infancia, "Providencia... la mayor, había llegado como un rayo de esperanza en el umbral del nuevo siglo", y en esa misma línea Gladys fue esperanza transformada en acción, en caricia, en regaño necesario y en consuelo certero.
Una imagen queda grabada: aquella madre joven que, en medio de la brega diaria, cargaba con firmeza a su bebé Pirulo en un cochecito atascado dentro del transporte AMA. El bebé silbaba, y ella, con paciencia inagotable, enfrentaba la incomodidad de un mundo que parecía no estar hecho para madres como ella. En ese gesto cotidiano, entre pañales con imperdibles de Mickey Mouse y el sofoco de una guagua repleta, brillaba la dignidad con la que Gladys enfrentaba la vida. Sin grandes discursos, sin premios, pero con una devoción que solo quienes aman sin medida pueden comprender.
A Gladys le tocó ser madre en un tiempo duro, pero nunca permitió que la dureza del entorno definiera la dulzura con la que criaba. Como su madre Providencia, cuya sola presencia hacía florecer el polvo y correr los ríos, Gladys convertía cualquier espacio en hogar. Con tostadas, café colado con calma y el revoltillo que preparaba con esmero, marcaba los lógicos lunes de una familia que ella mantenía unida.
En uno de los relatos que quedó en papel, se confiesa: "después que Gladys murió, aprendí a hacerme mi propio desayuno". Esa frase, tan sencilla, resume el vacío insondable que deja una madre. Gladys era la que marcaba el ritmo de la mañana, la que sabía en qué momento un hijo necesitaba un abrazo o un empujón. Era la que enfrentaba al mundo con una sonrisa cansada pero firme, con un alma que conocía las sombras, pero escogía iluminar.
Y como Providencia en su visión profética, que caminaba por la tierra seca haciéndola brotar en flores, Gladys caminó por nuestras vidas dejando raíces profundas. En cada uno de sus hijos y nietos está ese eco, esa impronta suya que no muere porque el amor no muere. En el abrazo que se da sin condiciones, en el consejo que se recuerda a la hora precisa, en la forma en que se echa a andar a pesar del cansancio: allí está Gladys.
Este elogio no pretende idealizarla. Gladys, como todas las madres verdaderas, tenía sus momentos de coraje, sus silencios largos, sus regaños secos. Pero eran parte del tejido complejo y real del amor. Un amor que no siempre es blando, pero que siempre es firme. Un amor que, aunque ahora se vive en su ausencia física, se manifiesta cada día en nuestras decisiones, en nuestras memorias, en nuestros afectos.
Hoy, alzamos este tributo para Gladys, madre valiente, hija de una estirpe de mujeres fuertes, esposa, amiga, confidente y arquitecta silenciosa de todo lo bueno que somos. Te recordamos con el corazón apretado pero agradecido. No estás. Y sin embargo, nunca te has ido.
--titolugo©2025

Emocionada con tus recuerdos y tus sentimientos tan profundos. Tu mamá continua a tu lado y vive orgullosa de ti.
ResponderEliminarorgullosa de ti, un abrazo