El dolor de un padre y el peso de la radicalización

 


En Estados Unidos, un padre tomó una de las decisiones más difíciles que cualquier ser humano pueda enfrentar: entregar a su propio hijo a las autoridades, sabiendo que lo que venía era la posibilidad real de la pena de muerte. Este hombre, miembro de las fuerzas del orden, actuó tras consultar con su pastor y con plena conciencia de que tanto el presidente como el gobernador del estado reclamaban castigo ejemplar. Su esposa, trabajadora social, comparte con él una vida marcada por el servicio público, la disciplina y la ética de la responsabilidad. Es una familia con historia militar, con una tradición republicana y un carácter que podríamos resumir en la frase: “se ve un problema, se arregla”.
 
¿Quién podría imaginar lo que significa ser ese padre? Amar a un hijo y, al mismo tiempo, ser testigo de que se ha desviado hacia un camino de violencia y odio. Decidir entregarlo no es traicionar la sangre, sino reconocer que la justicia y el bien común a veces pesan más que el instinto natural de proteger. No me atrevo a juzgarlo: mi corazón se rompe al pensar en esa encrucijada.
 
Lo que resulta aún más inquietante es el proceso que condujo a este joven hasta allí. Tras solo un año de universidad, en un ambiente cargado de ideología y confrontación, su mente se llenó de consignas y relatos que lo enfrentaron con su familia. En cenas donde antes había conversación, surgieron discusiones sobre política y acusaciones contra figuras públicas a las que consideraba amenazas existenciales. Encontró en internet comunidades que reforzaban su rabia, se unió a chats de antifa, se fotografió con camisetas comunistas, y finalmente grabó frases de odio en los casquillos de bala. El salto de la palabra al acto es lo que ahora lo coloca frente a la justicia.
 
Este caso nos obliga a reflexionar sobre la fragilidad de la juventud en contextos donde la ideología se presenta como verdad absoluta. La universidad debe ser un espacio de pensamiento crítico y pluralidad, no de adoctrinamiento. Sin embargo, el vacío emocional, la búsqueda de identidad y la presión de grupos radicales encuentran terreno fértil en jóvenes que apenas comienzan a definir quiénes son.
 
Como sociedad, debemos preguntarnos: ¿dónde fallamos? ¿Cómo acompañar mejor a nuestros hijos en ese tránsito de la adolescencia a la adultez? La radicalización no ocurre en un vacío; se alimenta de discursos extremos, de la soledad y del deseo de pertenencia. Aunque resulta fácil culpar a los profesores o a un movimiento en particular, la verdad es que la responsabilidad se reparte entre muchos factores: familia, comunidad, instituciones educativas y, sobre todo, la cultura digital que hoy domina la mente juvenil.
 
El gesto del padre no debe interpretarse como frialdad, sino como un acto de amor complejo y doloroso: amar también puede significar reconocer que el hijo ha cruzado una línea sin retorno. En esa tensión se revela el dilema de nuestro tiempo: cómo educar para la libertad sin abrir la puerta al fanatismo; cómo defender el bien común sin perder la esperanza en la redención…
 
—titolugo@2025
 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Nueva Ley Propuesta Aumenta la Carga Contributiva para Médicos en Puerto Rico

A Person Without Arms Cannot Clap

Una persona sin brazos no puede aplaudir