Un Latido Compartido
Son las cuatro de la madrugada. Como un reloj puntual, la enfermera vuelve a pasar para tomar los signos vitales: presión, pulso, oximetría, temperatura, respiración. No has dormido casi nada, pero tampoco importa. Estás en una sala de cuidados intensivos después de un procedimiento quirúrgico que ha marcado un antes y un después en tu vida. Llegaste con una hemorragia en el cerebro, un dolor de cabeza agudo que parecía imposible de soportar, pero aún podías hablar, aún movías tus extremidades. Sin embargo, la urgencia era real. Ayer, te llevaron de emergencia, te rasuraron la cabeza, y abrieron tu cráneo en una craneotomía, con la esperanza de liberar esa presión intracraneal que amenazaba con desbordar tus propios límites. El cerebro, esa masa frágil y suave, vive encerrado en una bóveda rígida que no permite fluctuaciones de presión. Un aumento en su interior, sea por un tumor, sangre o líquido, puede forzar al cerebro a buscar una salida. Y la única que tiene