La Rebelión Silenciosa de un Pueblo Desencantado
Nací en un momento en que el Estado Libre Asociado daba sus primeros pasos, una criatura ambigua, un experimento apenas comprendido. Mi madre era popular, mi padre, un fervoroso independentista —aunque sospecho que también llevaba algo de melón en su sangre. Aprendí a votar al cumplir dieciocho, y desde entonces he pasado de un partido a otro, guiado por los cambios implacables de la historia, del rojo al azul, y finalmente al verde, cada cambio cargado de las promesas rotas de quienes ya habían gobernado. Ahora, con más de medio siglo participando en este ritual cívico, puedo atestiguar el surgimiento de un movimiento, una revuelta sutil pero firme, iniciada en las últimas elecciones. Su avance es implacable, una espiral logarítmica, una desconfianza creciente que se enrosca en la consciencia del pueblo. Este movimiento es una respuesta, una antítesis inevitable a los vicios perpetuos de dos colosos que han dominado el teatro del poder. Es una sublevación contra