La otra Cara del Liderazgo Universitario

 


En el corazón de nuestras instituciones académicas, la meritocracia se presenta como el ideal que guía la selección de líderes, desde el presidente hasta el jefe de mantenimiento. Sin embargo, al profundizar, surge una contradicción fundamental que socava la esencia misma de este principio.

En la universidad, la palabra "meritocracia" a menudo es invocada con reverencia, vinculada a la idea de que los individuos ascienden a posiciones de liderazgo en función de sus méritos, habilidades y logros académicos. Ergo, ¿es este el caso en la práctica, o más bien, nos enfrentamos a una ilusión cuidadosamente mantenida?

La triste realidad es que, a pesar de proclamarse defensores de la meritocracia, nuestros sistemas académicos están plagados de prácticas que socavan este principio fundamental. La selección de líderes, desde rectores, decanos hasta jefes de departamentos, a menudo se ve influenciada más por afiliaciones políticas que por los méritos académicos y las habilidades de liderazgo.

Este fenómeno se manifiesta claramente en la distribución de roles de confianza. Desde el presidente de la universidad hasta el jefe de mantenimiento, los puestos clave son a menudo ocupados por individuos cuya lealtad política supera a sus habilidades profesionales. Este fenómeno no solo menoscaba la calidad de la administración, sino que también perpetúa un ciclo de favoritismo y clientelismo que mina la credibilidad de las instituciones académicas.

¿Cómo hemos llegado a este punto, donde las afiliaciones políticas pesan más que el mérito académico? La respuesta radica en la existencia de "escalones invisibles" dentro de la meritocracia. Si bien el sistema académico se jacta de reconocer y recompensar el talento, la realidad es que estos "escalones invisibles" operan sutilmente en las sombras.

La paradoja es evidente: mientras persistimos en un sistema académico que valora la acumulación de logros en un currículum vitae, estamos ciegos ante el daño perenne que inflige el nepotismo político a la integridad de nuestras instituciones educativas. La meritocracia, en lugar de ser la fuerza motriz detrás de la excelencia académica, se convierte en una máscara que oculta las realidades menos favorables de nuestro sistema de liderazgo.

La otra cara de la moneda revela un panorama donde la calidad y la eficacia de la enseñanza se ven socavadas por decisiones basadas en lealtades políticas en lugar de habilidades y méritos. ¿Cómo podemos esperar un progreso significativo en la educación superior cuando los líderes que la guían son seleccionados no por su capacidad para fomentar el aprendizaje, sino por su afinidad partidista?

Es hora de cuestionar y desafiar este status quo. La meritocracia debe dejar de ser una palabra vacía y convertirse en una realidad palpable en nuestras instituciones académicas. La selección de líderes debe basarse en méritos genuinos, habilidades probadas y una dedicación real a la mejora de la educación. Solo entonces podremos liberarnos de las cadenas invisibles que obstaculizan el verdadero potencial de nuestra universidad y ofrecer una educación de calidad para futuras generaciones.

*EL autor es cirujano pediátrico y catedrático del RCM. Tel (787) 340-1868.

--titolugo©mmxxiii

 

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