Ritmo y Rumores
Siguiendo con la historia anterior, la que esta en este lugar (https://titolugo.blogspot.com/2023/12/una-navidad-los-ocho-anos.html), decidí sumergirme en el fascinante mundo de las baterías apenas dos semanas después de que Santa Claus hiciera su tour anual. Mi maestro, más joven que una canción de moda, empezó con ejercicios en el tambor snear. Fue un bombardeo de repeticiones, como si estuviera tratando de hacerme baterista con tan solo el poder de la insistencia.
Luego, como si la repetición fuera su mejor amigo, se aventuró a hacerme tocar algunas canciones sencillas. Sí, me convirtió en el rey de la repetición, el monarca del ritmo constante. Después, la introducción al solfeo y la lectura de música, pero honestamente, esa última parte era como tratar de enseñarle física cuántica a un gato. Nunca entendí esa parte.
Pero algo estaba pasando, y no solo en mis tímpanos. Parecía que mi habilidad en la batería estaba despegando. Como un cohete de ritmo. Mi maestro, un joven apasionado por los tambores y, aparentemente, por su novia joven y bonita, mantenía mi motivación a flote.
La novia llegaba puntualmente media hora
después de iniciar mi clase. Al principio, todo parecía normal. Pero con el
tiempo, mi maestro, como si estuviera dejándome como guardián de los tambores,
se ausentaba de la sala. ¿A dónde iba? Oh, descubrí el secreto detrás del
compás. Me decía que me estaba escuchando desde el otro cuarto, pero en
realidad, estaba sumergido en sus propios acordes amorosos con su novia. Se oían sonidos de succión y lengua. Jadeos de pasion.
¿Cómo descubrí esto? No fue el destino, ni una revelación celestial. Fue el resultado de mi astucia infantil. Coloqué un espejo pequeño estratégicamente en la sala de música, apuntando a otro pequeño espejo que se asomaba en el cuarto de al lado donde mi maestro y su novia bailaban al compás del amor carnal. Sí, los espié mientras sus melodías amorosas subían de tono.
Entonces, la verdad salió a la luz. Mi madre estaba desembolsando dinero para financiar mis lecciones de batería, y en lugar de aprender ritmos, estaba financiando un concierto privado de amor. Fue mi primera experiencia, a la tierna edad de ocho años, viendo a una pareja entregada a la pasión, completamente ajena al joven baterista que intentaba encontrar el ritmo.
La otra vez que presencié semejante espectáculo fue ese mismo verano en el Parque Central de Nueva York. Mi educación musical y de la vida estaba tomando un camino inusual. Mi madre, enterada de mis observaciones clandestinas, decidió darle un giro a mi aprendizaje. Me encontré frente a un piano, con Migueliña como mi nueva instructora.
Fue un año peculiar, lleno de descubrimientos que normalmente toman tiempo en la vida de un niño. Entre baquetas y teclas, aprendí sobre el ritmo de la vida de una manera que mis compañeros de ocho años ni siquiera podían imaginar. Y así, entre acordes y secretos bien guardados, mi infancia tomó un camino musicalmente único y, podríamos decir, bastante cómico.
--titolugo@mmxxiv
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