El niño descalzo
Todavía flota en mi mente la imagen de aquel niño color caramelo que llegó sucio y sin zapatitos al jardín de infancia de la escuela. Debía tener unos cinco años cuando presencié esa escena peculiar. Sus piecitos estaban sucios, con uñas llenas de mugre. Olía a tierra, como si llevara días sin bañarse. No estuvo mucho tiempo con nosotros, apenas dos semanas, pero su ausencia dejó un hueco en mi corazón. En casa, mami me había comprado un par de zapatos nuevos para estrenar en la escuela. Brillaban como si fuesen joyas. Eran los mismos que, más tarde, usaría mi hermano menor, quien me lleva dos años. Qué difícil es la vida cuando no puedes estrenar ropa y zapatos cada vez, pero el presupuesto no daba para más. Me propuse calzar al descalzo de la escuela. Tenía que tramar un plan ingenioso para hacer desaparecer mis zapatos, una tarea desafiante con una madre tan astuta y perspicaz como la mía. La idea de darle esos zapatos se convirtió en mi misión secreta, una c...