Lluvia en la Navidad…
Había pasado un trienio desde la última vez que las lágrimas del cielo habían acariciado la sedienta tierra. Todo se consumía en la aridez, desde las plantas y árboles hasta los animales, las personas, los ríos y el mismo mar. Un silencio de sequedad envolvía al planeta, como si la lluvia se hubiera exiliado de su deber primordial. El calentamiento solar, como una sentencia ya cumplida, se cernía sobre la Tierra, producto de los estragos causados por las acciones humanas. Ni siquiera las danzas ancestrales de los indígenas, que solían convocar a las lluvias con sus rituales sagrados, lograban atraer la bendición del agua. En la víspera de la Navidad, el cielo, claro como el cristal de la desolación, dejaba ver un sol que ya parecía rendirse ante el agotamiento de sus esfuerzos. Al acercarse la tarde, una extraña congregación de nubes se formó en el firmamento. Un susurro de esperanza resonó en el aire, y entonces, como un regalo divino, comenzó a llover. El milagro, tanto anhelado,...