El Trineo de las Ilusiones
En un rincón del tiempo donde los días se bañan en luces titilantes, la Navidad aparece como un espejismo que promete paz y reflexión. Sin embargo, en su seno, el niño rey, símbolo del amor puro, yace casi olvidado bajo la algarabía estridente de un desfile de máscaras y apariencias. El monitor de la vida palpita con un ritmo frenético, un compás incontrolable que nos arrastra hacia un abismo donde somos prisioneros de la lujuria disfrazada de tradición. En los carteles luminosos, no vemos almas que buscan consuelo, sino cuerpos que se sacuden al son de canciones huecas. Brincan en un intento desesperado de aferrarse a una felicidad que no llena, a un júbilo que se disuelve con la resaca del día siguiente. Queremos ser los que más ríen, los que más cantan, los que más beben, los que mejor aparentan disfrutar. Queremos tanto, que olvidamos lo esencial: sentir. Seguido de: amar. "Que bien la pasamos", repetimos, como si ese mantra pudiera llenar los v...